Intentaré hacer una carta aproximación a este tema. Hace días que le doy vueltas, sobre todo porque este lugar a mí me causa impresión y yo hice, durante 10 años, información local de Barcelona cuando el señor Miquel Roca era concejal, portavoz y presidente del grupo municipal, en ese momento, de Convergencia y Unió. Me había iniciado antes. Viví el periodo de preparación de los Juegos Olímpicos; por tanto, esta casa me resulta familiar y esta sala también, pero siempre me ha hecho mucha impresión. Posiblemente porque yo soy de Badalona, soy hijo de la periferia de Barcelona, y para que mis recuerdos de cuando yo era pequeño en relación con la ciudad de Barcelona son recuerdos los primeros de los cuales están marcados, muy determinados por la impresión. O sea que quería contar una pequeña anécdota que pienso que viene a tono con algunas de las cosas que querría decir después.

Mi padre, durante unos años, cuando yo tenía 8 o 9 años, tomó la buena costumbre algunos domingos por la mañana de salir y llevarme a pasear por el centro de Barcelona, para que conociera un poco la ciudad. Cogíamos el tren en Badalona, en la estación, llegamos a la estación de Francia, después cogíamos un autobús y cada domingo él elegía un itinerario diferente. Un domingo estábamos en la calle Balmes esperando el autobús para volver a casa; vino el autobús, vino un momento de información determinación, yo subí al autobús y en ese momento en que yo acababa de subir al autobús se cerraron las puertas y mi padre se quedó en tierra. Yo tenía 8 años. Se pueden imaginar la sensación de desarticulación total de mi perspectiva en ese momento; fue absoluta. Los autobuses llevaban en aquella época el cobrador detrás, que me dijo: «Tú, a la próxima parada, bajas». Mi padre, con buenos reflejos, llamó un taxi y dijo: «¡Sea el autobús!». Entonces, al cabo de unos minutos nos reencontramos. Fueron esos minutos … los recordaré toda mi vida.

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El año pasado, cuando hice unas notas que me pidió Miquel Roca sobre cómo había sido este año que terminaba, lo puse bajo la advocación de la idea de transición. Claro, la idea de transición en este país tiene grandes connotaciones -en Miquel Roca lo sabe mejor que nadie-; en pasamos una, ahora estamos hablando de otra aquí. Pero yo creo que, finalmente, dándole vueltas, probablemente la transición, sobre todo a partir de la revolución industrial, en el que todo se aceleró, tal es el estado natural de estar en el mundo que nos corresponde. Lo que pasa es que hay una cierta voluntad, cierto deseo, de encontrar puntos de equilibrio que den ciertas referencias, una cierta comodidad, que no den la sensación de que todo está moviendo permanentemente. Y eso es lo que hace que de vez en cuando pensamos ‘bueno, ya hemos encontrado un orden que más o menos funciona’. Pero si pensamos bien, estos órdenes son bastante más efímeros de lo que parece; nos parecía que salíamos de un orden imponente, que era del orden de la guerra fría, en la que todo estaba perfectamente previsto y sabíamos perfectamente cada uno qué hacer en cada momento y hasta dónde podía llegar y hasta donde no podía llegar. Aquí, salimos de un orden regido por el franquismo, construimos otro orden que ha tenido una estabilidad suficientemente grande -antes lo comentàvem-, y este nuevo orden, que ahora tenemos la sensación de que está en convulsión, pues todo tiene más de treinta años. Es decir, que las cosas pasan y cambian mucho más deprisa de lo que parece. Y probablemente nos tendremos que acostumbrar cada vez más.

¿Por qué? Pues porque especialmente los grandes cambios tecnológicos están generando una realidad que hace que las cosas vayan más deprisa que las ideas, y tenemos que correr detrás; tenemos que correr detrás para poder dominar, porque en el fondo la razón por la que estamos aquí es porque las tecnologías no nos dominen a nosotros, sino que nos sirvan de prótesis para poder dominar mejor el espacio en el que estamos y poder por tanto, todos juntos, vivir mejor. Si las tecnologías nos comen, como en cierto modo preconizaba, o preveía Heidegger, pues acabaremos muy mal. Si no somos capaces de que los instrumentos sean instrumentos a nuestro servicio … Ahora, claro, eso exige unas capacidades y unas responsabilidades de altísimo nivel. Yo haré unas pinceladas de arriba abajo, porque me parece que no hay ningún problema que no tenga que mirar con perspectiva global hoy. El mundo se ha hecho definitivamente pequeño y las cosas que pasan en una punta, aunque nos cueste entenderlo y asumirlo, aunque seguimos siendo muy locales y nacionales, nos afectan, nos impactan y, además, contaminan. Hay aires, vientos, que circulan constantemente de una dirección a otra. Pues empezaré por global para ir bajando en Europa y acabar en Cataluña…

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No estamos bien, pero estaremos bien. Este es un pensamiento simple que quiero expresar antes de iniciar este discurso de apertura de la sesión anual de entrega de los Diplomas y Premios otorgados en el concurso de este año. No estamos bien, pero estaremos bien. Este convencimiento es imprescindible para abordar las dificultades que tenemos como sociedad, y como sociedad que quiere construir un país mejor. No tendría sentido que pensáramos en dibujar un nuevo horizonte institucional para todos nosotros si no estuviéramos convencidos de que somos capaces de tejer los hilos de un vestido que nos haga salir a la calle del mundo con más fortaleza interna, más justicia social, y sobre todo, con una escala de valores inequívocamente comprometida con el espíritu constructivo del bien común. Pero ahora no estamos bien. ¿Por qué? Y sobre todo, ¿qué podemos hacer para revertir esta escalada de convencidos del desánimo, de la no reversibilidad de esta bola de nieve en la incertidumbre sobre nuestra capacidad de construir un entorno mejor?

Hace más de un año, en la sexta jornada de ESADE sobre los retos institucionales que tenemos que afrontar, el filósofo Daniel apuntaba que una de las razones de la incertidumbre radica en la existencia de sistemas laterales a nivel mundial en el que los Estados ya no están en disposición de tomar decisiones. Decía Innerarity que los estados dependen del saber compartido, de la capacidad de decisión compartida, los recursos financieros compartidos… y que esta necesidad de aplicar el saber compartido no se ha asumido como una de las grandes limitaciones de la política y de los gobiernos. Por lo tanto, primer problema: asumir la limitación de la capacidad de decisión y asumir la intensa interdependencia que gobierna todos los asuntos públicos. Y él ofrecía entonces una solución que creo que es muy oportuna de mencionar en este momento: necesitamos más cooperación y menos competencia. Y concretaba -y en este punto me parece especialmente lúcid- que el poder político en su sentido clásico ha desaparecido, porque la política tiene que compartir el conocimiento y las decisiones con todos los substitemes sociales, complejas, que no son únicamente el financiero, sino los que acaban tejiendo en una sociedad civil interconectada, organizada o espontáneamente activa, que la política debe conseguir observar y hacer compatible con su actividad y su toma de decisiones. Más cooperación y menos competencia.

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¿Cuándo volverá el crecimiento? La pregunta es un poco arriesgada, pero como soy economista además de político… Los economistas hemos ido aprendiendo a lo largo del tiempo a responder a este tipo de preguntas aparentemente complicadas con frases que dejan un resquicio a la ambigu?edad y que no nos comprometen demasiado, a sabiendas de que nuestros pronósticos, normalmente, no se verán corroborados por la realidad, sino que se verán corregidos.

¿Cuándo volverá el crecimiento? Desde luego, este año, desgraciadamente, la respuesta es no. Hemos publicado a principios de año la actualización de las previsiones económicas para este año: en la zona euro va a haber lo que denominamos un “crecimiento negativo”, es decir, menos cero como algo, y en el conjunto de la Unión Europea 27, con algunas economías que ayudan a subir un poco el promedio, vamos a estar, según nuestras estimaciones, a 0. Por lo tanto, este año no va a haber crecimiento.

Lo hubo el año pasado, desde el año 2010 parecía que habíamos ido enderezando las cosas y que ya el impacto más fuerte de la crisis del 2007-2008 se había podido ir superando, habíamos hecho esfuerzos, habíamos tomado medidas en el sistema financiero y medidas para regular la actividad financiera, se había utilizado (como no se había hecho hace mucho tiempo) la política fiscal y presupuestaria para animar la economía y, con eso y con el apoyo de economías emergentes que seguían creciendo al 6, al 8 o al 10 %, habíamos vuelto a tener crecimiento. Pero la crisis de la deuda pública, que empieza en Grecia pero que después se ha ido manifestando a lo largo del 2010 en otros países, y el vínculo entre esta crisis de la deuda pública y la situación del sistema financiero con bancos que en sus balances tenían, y tienen, un volumen importante de activos que sufren las consecuencias de la crisis de la deuda pública, nos han vuelto a llevar, no a la situación de partida —la recesión en la que estamos en este momento es de esperar que sea una recesión más corta, bastante más corta que la anterior, y mucho menos profunda que la anterior—, pero en todo caso no tenemos crecimiento.

Es verdad que antes de la crisis no teníamos demasiado crecimiento en Europa. Había países que sí, había países que tenían tasas de crecimiento muy estimables. Algunos, no solamente España, pero es el caso de España, tenían unas tasas de crecimiento altas pero basadas en fundamentos muy frágiles que demostraron ser insostenibles. Había otros países que crecían porque estaban en un proceso de recuperación del tiempo perdido, de las décadas perdidas, como los países del centro y del este de Europa, la mayoría de los cuales iban creciendo a unas tasas bastante superiores a la media europea. Pero el corazón de Europa, las economías maduras de Europa, las grandes economías de los países industrializados, o más industrializados, de Europa, ya antes de la crisis tenían problemas de crecimiento o, más bien, problemas de poco crecimiento. Lo que llamamos el «crecimiento potencial» de las economías europeas era muy bajo, era un crecimiento propio de sociedades ya demasiado maduras, si se puede expresar así, con menor capacidad de innovación, con menor capacidad de asimilación de nuevas tecnologías, con menor capacidad de competir con economías emergentes muy dinámicas y basadas en exportaciones agresivas con costes de trabajo mucho más bajos que los nuestros, etc.

Las economías europeas, sobre todo las continentales, tenían no solo poca capacidad para correr la carrera a la misma velocidad que las economías emergentes, sino que, además de la rigidez, tenían un panorama de envejecimiento de la población que auguraba dificultades adicionales a medida que fuese pasando el tiempo… Por lo tanto, el crecimiento antes de la crisis en Europa, en general, no era un crecimiento suficiente, era o un crecimiento basado en fundamentos frágiles o un crecimiento que se iba agotando y al que no se le veían nuevos motores que pudiesen de nuevo impulsar esas cifras del PIB hacia arriba. La crisis, obviamente, no ha podido solucionar estas carencias que teníamos ya desde antes, sino que las ha agravado y las ha puesto de manifiesto y, por eso, es imprescindible hacer ajustes.

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Me gusta mucho hablar a una institución como la suya, la que representan ustedes hoy. Aunque me toque hacer de telonero ante un acontecimiento más importante que es el dar los premios a personas que se lo merecen, y me parece que suma también a mi presencia aquí hoy y a mi satisfacción el contribuir, aunque sea modestamente, a la felicitación a las personas que van a ser premiadas o que han sido premiadas. En previas encarnaciones mías fui un digno, no digo más que eso, digno, profesor de física, catedrático de la Universidad de Madrid. Y en aquella época, en los últimos años de la carrera tuve una pasión por la historia de la ciencia en España. Y estudié, por tanto, los orígenes de la ciencia, del pensamiento científico moderno, de la tecnología moderna, de la industria moderna y, como no podía ser de otra manera, me encontré de frente con las sociedades económicas de amigos del país que hay en el territorio nacional, en España, y que siempre han sido un ejemplo de modernidad, la modernidad de nuestras sociedades, hijas todas ellas de la Ilustración, en cierta manera, y han mantenido siempre ese espíritu abierto defendiendo los valores mejores de las sociedades modernas, en nuestro caso, de las sociedades que vinieron después de la Ilustración.

Decía Miquel Roca que les quería hablar un poco sobre el principio de la Historia. Hace no muchos años, aquellos que creían que había llegado el fin de la Historia nos definían el tiempo posthistórico como un tiempo en el que el mundo sería unipolar. Un mundo sin conflictos, un mundo seguro, un mundo de certezas, un mundo previsible. Ese era el mundo que se suponía que iba a llegar después del fin de la Historia y ese era el tiempo, digamos, posthistórico. Realmente acertaron, pero acertaron durante un tiempo muy corto. Acertaron realmente alrededor de los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, en el año 89, un poco más, pero poco más, realmente. Al llegar el año 2000 y siguientes creo que no se puede decir realmente que estamos en un mundo monopolar ni en un mundo sin conflictos, ni en un mundo seguro, ni en un mundo cierto, ni en un mundo previsible.

Los acontecimientos de los últimos meses nos lo dicen de manera clarísima, que todo menos previsibilidad, todo menos certezas y todo, seguramente, menos unipolaridad. Por tanto, todo aquello que parecía que iba a durar, no solo murió la Historia, sino que murieron las ideas de aquellos que defendieron o los que defendían la muerte de la Historia. Por eso me permito hablar del principio de la Historia, quizás el principio de otra Historia y creo que será una Historia interesante, no cierta, no previsible en todas sus manifestaciones, pero realmente digna de ser vivida; y si ponemos todo nuestro esfuerzo, y creo que lo pondremos, podemos vivir una época, además de los momentos difíciles que estamos viviendo en este momento a través de la crisis económica, veremos un despertar positivo de un mundo distinto, pero un mundo en el que creo yo que, como siempre, y como la Historia nos dice, será un mundo mejor.

El filósofo italiano Croce nos decía que el movimiento de la Historia no es nada más ni nada menos que el movimiento del viento de la libertad. Yo creo que eso es así, en cierta manera es así, y me gustaría sumarme a esa idea y, a lo largo de la conferencia, del rato que voy a estar con ustedes, me gustaría demostrar que eso puede ser así…

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Desde los años 80 en Cataluña hay una amplia y consistente actividad de modernización de la educación centrada en la incorporación de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) en todos los niveles del sistema educativo. Sus múltiples protagonistas, profesorado, administraciones, directivos y titulares de centros, empresas de diversos sectores, sin olvidar los propios alumnos, disponen colectivamente de un gran caudal de experiencia y de conocimiento, que constituye una sólida base sobre la que construir y continuar avanzando en unos momentos en que la necesidad y la oportunidad de lograr sólidos avances educativos van de la mano de estas tecnologías.

Ahora es el momento de avanzar decididamente en esta línea, poniendo en la misma dirección todos los saberes y recursos disponibles. El objetivo de este documento es hacer una serie de consideraciones en relación con el binomio educación-TIC y sus perspectivas, planteando tanto sus principales retos como las grandes oportunidades que los sectores de la tecnología y los contenidos digitales tienen ante . La propia naturaleza del tema hace que estas consideraciones se extiendan más allá de los asuntos estrictamente relacionados con la tecnología, los contenidos y las infraestructuras, no en vano la esencia de la temática educativa es esencialmente pedagógica, organizativa y humana, y, también, social y política.

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Una sociedad fuerte es una sociedad cívica; es una sociedad solidaria y responsable. La autoexigencia ha de predicar a todos los niveles; sin autoexigencia no hay calidad y sin calidad no hay capacidad de innovar y ser competitivos. Un proyecto de sociedad sustentado en un compendio o sistema de valores: el esfuerzo, la responsabilidad, el civismo, la solidaridad, a los que hay que añadir la necesaria unidad en los responsables políticos. Mi intención, con estas palabras que aquí tengo el honor de dirigirlos es prolongar estas reflexiones haciendo hincapié en algunos valores.

Esta es una cuestión que he abordado recientemente en diversos foros, algunos en Cataluña y en ellos hago referencia pensando en el público catalán y más cuando se pueden encontrar en su idioma. Lo que me exime de entrar en algunos valores concretos, extremadamente importantes, pero la enumeración creo permite dar cuenta de lo que quiero decir, y centrarme ya en el tiempo que dispongo de otros valores que quizás no tienen la relevancia o visibilidad social que, en mi opinión, deberían tener, en la sociedad nueva que se abre tras la crisis de 2008. Lo hago pensando particularmente en Cataluña. En efecto, estamos trabajando ahora mismo, en el marco de la Fundación Carulla y los resultados de la Encuesta Europea de Valores en su aplicación en Cataluña.

¿Qué valores para la sociedad catalana del futuro?
Si hiciera un recapitulativo de los valores que estoy propugnado estos últimos tiempos en mis trabajos esta sería la lista:

• La competencia personal
• La racionalidad
• El valor del dinero y no el dinero como valor
• La formación permanente y la formación a lo largo de toda la vida
• La gestión de la sexualidad
• La importancia de los valores instrumentales
• La tolerancia responsable
• La solidaridad
• La familia, como un asunto de Estado
• Abiertos a la innovación positiva
• Seguridad sí, libertad más aún
• El redescubrimiento del espíritu
• La utopía por un mundo mejor, más justo y más solidario

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Este año, el crecimiento del PIB ha sido positivo; la renta per cápita española está creciendo al 1 por ciento en términos reales, y las perspectivas son de crecimiento continuado: ¡podemos confiar en haber salido de la crisis! Estamos en el año 2014, siete años después de aquel fatídico 9 de agosto en el que las autoridades monetarias dieron la señal de alarma que anunciaba el final del boom inmobiliario en Estados Unidos, casi una década después de los primeros avisos.

La crisis larga; los comienzos fueron lo peor: mal acostumbrados por una década de crecimiento ininterrumpido, desorientados por una retórica oficial que se empeñaba en negar la evidencia, encaramos la crisis con el sentimiento de miedo que inspira lo que no se conoce; más adelante, a medida que el horizonte no se aclaraba, fuimos ajustando la vista para encontrar el camino en la oscuridad.

El miedo fue dejando lugar a una visión más lúcida de las cosas, ni optimista ni pesimista; y así hemos ido haciendo nuestra vía hasta llegar aquí.

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